CAMINO DE SANTIAGO · Día 9 de 10
Etapa 8: De Arzúa a Lavacolla (28,6 km)
[27 Noviembre 2021]
Buenos días, Arzúa. ¡Penúltima etapa!
Los peregrinos de la habitación (tanto los que queríamos madrugar como los que no) nos despertamos poco a poco con el sonido de las alarmas, el agua del baño y las cremalleras de las mochilas. Bajamos a la sala de estar de abajo, donde desayunamos sobras de la noche anterior con Ismael y otra chica mientras Gustavo, el tío simpático de la recepción del albergue, nos prepara unos cafés. ¡Y a caminar!

Hemos madrugado bastante porque hemos decidido alargar la etapa clásica (que va de Arzúa a O Pedrouzo, unos 19 kilómetros) hasta Lavacolla, con la intención de llegar de los primeros a la Catedral de Santiago al día siguiente.
Nos despedimos de Ismael, que prefiere llevar un ritmo más lento por dolor de pies (quién sabe si nos alcanzará como ayer). Y así es como empezamos a andar antes de que se haga de día, caminando por la empedrada Rúa do Carmen hasta abandonar Arzúa.

La previsión del día de hoy es mala, aunque de momento solo cae lluvia fina. No muy lejos de Arzúa nos adelanta el marsellés, que nos regala algún consejo sobre remedios caseros para las rodillas lesionadas (aunque en francés solo entendemos la mitad de lo que dice). Después se aleja cantando felizmente hasta perderse de vista por un bosque de robles (en gallego «carballos») acompañado por el trino de los petirrojos. Deja de llover; de nuevo el clima es mucho mejor de lo esperado (puntualizo: de momento).

El Sol va ascendiendo en el horizonte y de vez en cuando se deja filtrar entre las nubes, permitiéndonos disfrutar las vistas de los prados de pasto, cultivos (llaman la atención los de berzas, como siempre) y pequeñas aldeas con hórreos: la esencia de la Galicia rural. En algunas casas pone «Fincas subvencionadas por mejora paisajística».



Llueve de nuevo. Atravesamos espectaculares robledales otoñales donde una cobertura de hojarasca multicolor nos regala rincones preciosos.


El Camino nos devuelve a la carretera N-547, a cuyos lados se despliega la localidad de A Salceda (km 11,1). Cuenta con farmacias, albergues y bar. Paramos a repostar en el Café-Bar-Pulpería-Pensión Tasaga, ya que es el primer sitio abierto que hemos encontrado en todo el día. Nos regalan unos cachos de torta; no son aptos para celíacos, así que me hago unos sándwiches de pan con jamón de la mochila. Por cierto, el sello está bien majo. Aprovechamos para quitarnos las capas impermeables, pues de repente luce un Sol espléndido, y retomamos el Camino.
Poco después de Salceda se encuentra en pleno bosque un memorial a Guillermo Watt, peregrino que falleció en 1993 a los 69 años, a tan solo una jornada de la Catedral de Santiago. Consiste en una inscripción en piedra con unas botas de bronce y una vieira talladas. Alrededor del santuario los peregrinos dejan flores, piedras del camino y cruces hechas con palos.


Atravesamos pequeños núcleos de población, con sus ovejas, cultivos y hórreos; pero lo que más me absorbe son las frondosas corredoiras por los bosques gallegos, caminos ancestrales que comunican desde hace siglos las aldeas rurales entre sí.
Llueve con bastante fuerza y conforme nos acercamos a Santiago, los mojones y las flechas amarillas que nos indican el Camino aparecen cada vez con mayor frecuencia. Es imposible perderse en el Camino Francés.

Al llegar al mojón indicativo del kilómetro 25, la lluvia se convierte en granizo. Y después sale el Sol. Y luego vuelve a llover otra vez. En el bosque conocemos a Elsie, una señora noruega que va a cumplir 70 años y lleva 27 días como peregrina, desde Sant Jean de Pied du Port (el inicio del Camino Francés). Lleva un ritmo del copón y planea llegar hoy a Santiago. ¡38 kilómetros en una etapa! Ya me gustaría a mí tener esa salud cardiovascular cuando cumpla 70.


Sobre las 13 horas llegamos a O PEDROUZO (km 19’1), que sería nuestro destino si hiciéramos la etapa «oficial». Este dispone de todos los servicios, incluyendo muchos albergues. Entrar supone desviarse un poco del Camino, y es lo que hacemos nosotros en busca de un sitio para comer.

Acabamos en el Restaurante Regueiro, donde ofrecen Menú del Peregrino por 12€. Comemos bien: una ensaladilla rusa, secreto ibérico con patatas (súper abundante, me lo lo hacen en una parrillada aparte por contaminación cruzada) y postres varios.


Restaurante Regueiro (O Pedrouzo): Menú del Peregrino por 12€. No hay pan ni cerveza sin gluten, pero están bien informados y nadie se queda con hambre. De postres tienen tarta de Santiago apta.
Justo cuando nos vamos del local, nos encontramos… (sorpresa, sorpresa) ¡A las señoras madres! Nos desean bendiciones otra vez y las dejamos allí, súper felices por haber terminado su penúltima etapa. Salimos del pueblo y nos zarandea con furia un tormentón con granizo que nos da en la cara. Cuando decidimos ponernos todo el outfit de invierno (guantes, gorro, capas impermeables), sale el Sol. El clima en Galicia está muy loco.


Atravesamos un bonito robledal que disfrutamos sin las inclemencias del clima; es cierto el dicho de «Después de la tormenta siempre llega la calma». Descendemos en pendiente suave y cerca de un mojón que indica 15 kilómetros hasta Santiago («¡¡SOLO 15 KILÓMETROS!!») hay una bifurcación. Tomamos la de la derecha, que parece algo más corta y creemos que es la del Camino oficial; aunque la aplicación del móvil «Buen Camino» nos manda por la otra.

Merece la pena disfrutar de estas últimas corredoiras que recorrían hace miles de años los peregrinos medievales; pues serán los últimos rincones de silencio, naturaleza y misticismo que veremos hasta nuestra llegada a Santiago.

Emergemos de los bosques y una brisa suave nos susurra que nuestro peregrinaje pronto llegará a su fin. El cielo está cada vez más despejado y el Sol brilla con fuerza por encima de las nubes. Los robles autóctonos se ven sustituidos por eucaliptos reforestados, y los cultivos por las pistas y balizas del Aeropuerto de Santiago de Compostela. Contrastes del peregrinaje del siglo XXI.

En el kilómetro 25’4 nos encontramos el MONOLITO DE LA CONCHA DEL PEREGRINO, con su vieira y su zurrón tallados, que nos da la bienvenida al municipio de Santiago. En su base hay muchas piedrecillas dejadas por los caminantes.

Lejos quedan ya los viñedos de León, las montañas de O Cebreiro, las aldeas rurales con sus tejados de pizarra, los monasterios y los puentes medievales gallegos. Ante nuestros ojos solo destaca la carretera asfaltada con multitud de coches y olor a gasolina, empujándonos de golpe a la vida real. «¿Alargamos hasta Finisterre o qué?».

Vamos tomando pistas en ascenso que nos conducen a San Paio (km 26’8), un pueblo bastante moderno a excepción de su Capela de Santa Lucía. Poco después hay una fuente a la sombra (buen sitio para parar) y comenzamos una serie de subidas y bajadas por un monte bastante solitario hasta finalmente poner nuestras botas en LAVACOLLA (km 28’6).


El nombre de Lavacolla se asocia a que tradicionalmente los peregrinos se despojaban de sus ropajes sucios y se lavaban concienzudamente en el río Sionlla para llegar purificados y bien aseadicos a la tumba de Santiago. Es una localidad pequeña pero con todos los servicios que necesita un peregrino: sitios donde comer y sitios donde dormir.
Somos los únicos peregrinos, parece que todos los demás se han quedado en O Pedrouzo o han avanzado hasta Santiago. Llegamos a la Pensión Dorotea sobre las 17:30 horas. Cerca está la Igrexa de San Paio de Sabugueira, del año 1840 (muy nueva).
- Pensión Dorotea (Lavacolla): 20€/persona. Es un gran bloque de hormigón con un montón de habitaciones para 4 y baño privado.
Ponemos todas nuestras ropas empapadas en el radiador, limpiamos las botas embarradas, nos damos una ducha, siesteamos un poco, pedimos que nos enciendan la calefacción (porque hace mucho frío) y salimos a cenar al Café-Bar «A Concha», que está al ladito del albergue.
Café-Bar A Concha (Lavacolla): No tienen carta de alérgenos pero están bien informados. A mí me hicieron una hamburguesa emplatada y me frieron las patatas aparte.
Sólo 10’5 kilómetros nos separan de Santiago de Compostela. Nos dormimos pronto porque queremos llegar pronto a Santiago para disfrutar en calma de la Plaza del Obradoiro. ¡A reponer fuerzas para la última etapa!
***