PERÚ · Día 1 de 13 · AMAZONAS
[17 Abril 2022]
Salimos de Zaragoza. El tren nos deja en Atocha. Tomamos el Cercanías C-1/C-10. Llegamos a Barajas T4. Pasamos los controles. Tomamos una lanzadera a la Terminal 4S. Nos comemos unos bocatas de pechuga.
Ilusionados e impacientes como niños, nos subimos al avión que nos separa del continente sudamericano. Entre siestas, libros, películas y comidas, las 14 horas de avión se pasan relativamente rápido (o esa es mi percepción cinco meses después).
- VUELOS: MADRID-IQUITOS / LIMA-MADRID
- Precio: 797€/persona.
- El vuelo de ida (Madrid-Lima-Iquitos) fue con las compañías Iberia y LATAM Airlines; y duró 14 horas.
- El de vuelta (Lima-Bogotá-Madrid) fue con Avianca y duró 16 horas.
COSAS A TENER EN CUENTA CON LOS VUELOS TRANSOCEÁNICOS:
1) El precio de los vuelos es sin facturar maleta grande. Llevamos por persona una mochila de 10 kg y otro bulto de 4 kg.
2) Cuidado con el vuelo interno (Lima-Iquitos) porque no suele incluir la maleta de 10 kg y hay que facturarla aparte. Puedes probar a ver si te sale más barato coger un vuelo suelto a Lima y luego otro a Iquitos (en nuestro caso nos salía parecido).
3) Con eDreams salían más baratos que con Skyscanner, y los precios subían como la espuma durante los últimos meses (sin escalas no bajaban de 950€).
4) Los vuelos transoceánicos incluyen comidas pero los celíacos y similares tenemos que avisar previamente de intolerancias.

A las 18:30 horas (hora peruana, siete horas menos que en España) hemos sobrevolado el Pacífico y el continente para plantarnos en Lima, en la costa oeste del país. Aprovechamos para estirar las piernas y sacar algo de dinero (recuerdo que en cajeros BCP no hay comisión con la tarjeta Revolut). Nosotros sacamos 200 soles (50€) para tener efectivo para el taxi en Iquitos.
Y aquí empieza el drama peruano. El Aeropuerto de Lima es un caos, todo se retrasa y nos tienen que «colar» para que lleguemos a coger el segundo avión. El segundo vuelo nos deja en Iquitos a las 22 horas. Habíamos acordado con nuestro hostal que un taxista con un cartel vendría a recogernos, pero nadie viene. Contactamos con ellos (bendita tarjeta SIM): «El carro del chófer se metió en un charco de agua y se quedó plantado». Pues nada, que no nos vienen a buscar.
Salimos fuera del Aeropuerto de Iquitos y una avalancha de señores (que dicen ser taxistas aunque no lo parecen) nos acorralan e insisten en que vayamos en sus moto-taxis porque es muy barato. Les decimos a todos que no y pedimos consejo a un trabajador del aeropuerto. Nos explica que todos los de la izquierda (los que nos avasallaban) son particulares, y que los de la derecha (que son gente normal pero sus carros tampoco parecen taxis) son los fiables. El del aeropuerto nos consigue un taxista «de los de la derecha» y este nos ayuda a meter las mochilas en su carro, mientras los de la izquierda, inagotables y de profesionalidad dudosa, siguen gritándonos que vayamos con ellos.
Y así es como el taxista nos lleva hacia nuestro hostal por 30 soles; le pagamos 10€ porque no tenía cambio. El clima tropical se hace patente: la humedad y el calor dominan la atmósfera. El taxista nos explica que estamos en otoño con sus buenos 36ºC.
A ver, seamos claros: Iquitos no da sensación de seguridad. Es la metrópoli más grande de la Amazonia peruana y gran parte de su población está por debajo del umbral de la pobreza, los edificios se caen a cachos, hay muchos perros callejeros, cientos de mototaxis cuyos pasajeros superan con creces el número de asientos y van sin cascos ni cinturones… Y bueno, que Iquitos no es lugar para pasear solos de noche ni para perderse por sus calles. Para los turistas, es un sitio de paso obligatorio para llegar al Amazonas peruano (y solo se puede llegar por mar y aire).

Llegamos al Hostal Huayruro, donde un recepcionista muy majo nos conduce a nuestra habitación. Sencilla, pero con todo lo necesario: cama, ducha con agua caliente (¿para qué?), WiFi y desayuno incluido. Un chollo.
- Alojamiento: HOSTAL HUAYRURO.
- Precio: 12€/persona/noche. ¡Incluye desayuno! (opciones sin gluten)
Preparamos las mochilas para el Amazonas (porque la empresa tiene una oficina en Iquitos donde puedes dejar todo lo que no necesites llevar), nos duchamos, cenamos sobras de la comida, nos tomamos la primera pastilla de Malarone y a dormir.
Hace calor, hay humedad, muchos mosquitos, las paredes son finas y escuchamos a los vecinos por el pasillo… pero somos felices: ¡ESTAMOS EN EL AMAZONAS PERUANO!
[18 Abril 2022]
¡Buenos días en el Perú!
Nos despertamos entusiasmados por el día que nos espera y lo empezamos desayunando en una salita del hostal, donde la decoración nos recuerda que estamos a las puertas del Amazonas.

Hostal Huayruro (Iquitos): El desayuno sin problemas para celíacos, solo hay que apartar los bollos. Incluye jugo de frutas (muy rico), café soluble, té, mermelada, mantequilla, huevos revueltos… Si te llevas tu pan queda un desayuno muy completo.

Recogemos las cosas de la habitación y estamos un rato hablando con Kevin, el recepcionista, hasta que un trabajador de la empresa que contratamos para el Amazonas nos pasa a buscar en una furgoneta. Allí conocemos a una familia muy simpática: padre alemán (muy dicharachero), madre peruana, y dos de sus tres hijos.
La empresa que contratamos para visitar la selva fue el Muyuna Lodge, y repetiríamos un millón de veces sin dudar. Los precios de la experiencia amazónica varían mucho, pero como ya expliqué en la primera entrada, lo barato sale caro. Si vas a ir al Amazonas una vez en la vida, querrás verlo bien, en selva profunda y con guías que sepan localizar e identificar a los bichos; tengo referencias de gente que intentó ir a lo barato y se encontró con animales semi enjaulados o supuestos «guías» que no tenían la menor idea de moverse por la selva ni de avistar animales.
Los empleados del Muyuna te recogen en el aeropuerto o en el alojamiento, las excursiones son espectaculares y se realizan en pequeños grupos de 5-6 personas, los guías son biólogos expertos en localizar e identificar fauna y flora, en tu cabaña estás inmerso en una cacofonía de aves tropicales y chillidos de los monos… Una auténtica maravilla, fue sin duda alguna nuestra parte favorita del viaje.
- Alojamiento: MUYUNA LODGE.
- Reservado con: http://www.muyuna.com
- Precio: 447€/persona/3 noches. El precio incluye alojamiento, todas las comidas (muchas opciones sin gluten) y las excursiones, que duran todo el día. Creedme que merece la pena.
- Ofrecen varios packs, siendo lo mínimo 2 noches (aunque te lo adaptan en función de tus necesidades y preferencias); y te detallan por correo todo lo que vas a necesitar con antelación.
RECOMENDACIONES DE PAGO AL MUYUNA:
Hay que abonar un 10% en concepto de reserva y el resto en la Oficina de Iquitos o por transferencia. Nosotros preferimos dejar el pago hecho desde España para evitar problemas.
En la plataforma de pago (Pagolink) te ofrece abonar en soles o en dólares. Siempre sale mejor en soles, pero necesitas una tarjeta internacional como la Revolut. Nosotros nos ahorramos 43€ cada uno ya que pagando en dólares salía a 490€/persona.

El conductor nos deja en la Oficina de Iquitos. Rocío, la recepcionista, nos ofrece dejar allí las maletas que no vayamos a utilizar (aunque dice que siendo tan pequeñas nos las podemos llevar a la selva y así no perdemos tiempo al regresar) y nos regala unos llaveros y unas botellas de aguas reutilizables muy majas. También compramos una linterna frontal a un tío de la calle (5€) pero definitivamente es mejor llevársela de España.
Abonamos además 100 soles porque LATAM cambió de fecha nuestro vuelo a Cusco a última hora, afectando al horario previsto del último día en la selva, y nos tendrán que llevar en un «transfer out» que compartiremos con unos extremeños.
El último día en el Muyuna te dejan en el Aeropuerto de Iquitos de forma que puedas coger vuelos a partir de las 17:30 horas. Si por cambios de vuelos o por cualquier otra razón tenéis que volver antes, os preparan una lunch box y os llevan hasta Iquitos en un servicio que llaman «transfer out» y que cuesta 300 soles (75€). Nosotros solo tuvimos que pagar una tercera parte porque lo compartimos con cuatro extremeños.

Volvemos a subir a la furgoneta, que compartimos con otros 11 turistas y con Edgar, nativo de una comunidad de la selva, que se convertiría en nuestro guía durante toda nuestra estancia en el Amazonas. El viaje al Muyuna se divide en una hora de furgoneta y dos horas de lancha; se adentra en la selva mucho más que otras empresas turísticas y eso se nota. Durante el trayecto Edgar nos cuenta la historia de Iquitos (primero meto la buena chapa, y luego los animalicos).
Iquitos, también conocida como «la capital de la Amazonia peruana», era una localidad de apenas 80 habitantes hasta que explotó la denominada «Fiebre del Caucho» hace 150 años. El clima húmedo del Amazonas favorece la abundancia de los árboles del caucho, que producen una sustancia resinosa llamada látex cuya función es proteger a la planta de enfermedades. El látex líquido sale al realizar cortes en el tronco, y tras su procesado se convierte en caucho, utilizado por la industria del automóvil para producir neumáticos.
En la selva brasileña y peruana esto ocasionó una deforestación y una esclavización de los indígenas sin precedentes. Ya no hablamos de Francisco Pizarro, sino de un pasado muy reciente… La colonización de la selva por parte de los magnates europeos iba de la mano de de genocidio, torturas, violaciones, mutilaciones, prostitución infantil… Y en los barracones, los indígenas (llamados «caucheros») trabajaban de la mañana a la noche a punta de pistola para evitar cualquier intento de rebelión.

Para bien o para mal, en 1912 un inglés cargó ilegalmente en un barco semillas de la planta del caucho y las empezaron a cultivar en el sudeste asiático, que también posee un clima tropical propicio. Así es como Malasia y sus vecinos se convierten en la nueva industria del caucho, desbancando al Amazonas ya que sus costes de producción son más baratos.
En la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Malasia pertenece a Japón por lo que Europa vuelve a explotar la Amazonia por un breve periodo de tiempo. En cualquier caso nunca se destinó la riqueza para mejorar las condiciones de vida de los locales y eventualmente casi todas las empresas del caucho quebraron. En la actualidad el «rey del oro blanco» sigue siendo el sudeste asiático; y gran parte de los neumáticos se producen de forma sintética.
La ciudad también experimentó un auge comercial con la explotación del petróleo, que se produce en zonas de elevada humedad y materia orgánica (y nada tiene más humedad y vida que el Amazonas). Usamos el petróleo en nuestro día a día, como fuente energética y en los plásticos que vemos por todas partes. Pues bueno, otra ronda de deforestación para el Amazonas y cero desarrollo económico para los peruanos, porque esta vez el dinerito se lo llevan los estadounidenses.
El resultado de todo esto es que hoy día en Iquitos se concentran unos 500.000 habitantes en un chocante contraste de viviendas semiderruidas, casas de chapa y fachadas ostentosas de las antiguas casonas de la nobleza, que todavía recuerdan la época de bonanza que vivió Iquitos durante la Fiebre del Caucho (bonanza para los ricos). Muchísima gente vive bajo el umbral de la pobreza y se nota. Por ejemplo, hay muchos más moto-taxis que demanda de los mismos (coches no vimos aparte de los taxis).

Y hablando de deforestación, otro pilar de la economía de Iquitos es la industria maderera, que en teoría se produce de forma controlada, pero continuamente se descubren redes de tráfico de madera ilegal en áreas protegidas; y lo mismo ocurre con la minería del oro y la agricultura y ganadería intensivas. De nada sirve comer soja ecológica si esta se produce deforestando la selva amazónica, que poco a poco ve reducida su superficie drásticamente.
El Amazonas se distribuye entre muchos países latinoamericanos, de los cuales Brasil y Perú albergan la mayor parte. Desde 1970, un 20% de su cobertura forestal se ha perdido; y si continúa a este ritmo de erosión y deforestación, no habrá vuelta atrás ni para el ecosistema, ni para su rica biodiversidad en fauna y flora, ni para las comunidades indígenas que allí viven.

Por el camino Edgar nos va haciendo paradas para ir abriendo boca. Nos explica que en el Amazonas solo hay dos estaciones: la húmeda (diciembre-abril) y la seca (mayo-noviembre). Nosotros estamos al final de la húmeda, por lo que el nivel del agua está más alto y se ven más animales. Por otra parte se hacen menos caminatas por la selva porque hay que adentrarse mucho para encontrar tierra firme.
La estacionalidad marcada condiciona la forma de vida de sus habitantes, ya que el nivel del agua puede variar hasta 10 metros. Por ejemplo, cuando el agua está baja cultivan arroz y yuca; y el pasto disponible para el ganado también depende del nivel del agua.
Conforme nos alejamos de Iquitos el paisaje se torna cada vez más selvático entre palmeras, bananeros y buitres negros sobrevolando las pistas embarradas bajo la lluvia. En las carreteras se vuelve a hacer patente la diferencia de clases: tan pronto se ven favelas de chapa con medio techo, como fincas enormes y ostentosas propias de la nobleza española.

Después de una hora que se me pasa volando porque miro embelesado a todas partes, la furgoneta nos deja en un pueblecito a orillas del río para calzarnos las botas de agua (las pone el Muyuna) y bajar hacia la lancha. No nos caímos de milagro, porque era una bajada en pendiente resbaladiza, sin nada a lo que agarrarse y con lodo hasta las rodillas. This is Perú!
El trayecto en lancha serían unas dos horas, pero estamos emocionados como niños y se pasa rápido. Estamos surcando el famoso y emblemático río Amazonas, el más caudaloso del mundo (en otras palabras, el que más agua lleva). Y aunque según los libros de texto el Nilo es el río más largo del mundo, en la actualidad ese premio también se lo lleva el Amazonas, que nace a 5.000 metros de altura en los Andes peruanos, atraviesa Colombia y desemboca en el Atlántico en Brasil.

La lancha pasa por delante de la comunidad de San Juan de Yanayaco, que se encuentra cerca del lodge y visitaremos en los días posteriores. Llama la atención porque sus casas de madera están en medio del río, y ver a sus habitantes tendiendo la ropa entre la selva amazónica es cuanto menos curioso.

En una especie de humedal lleno de aves, paran el motor de la lancha y de repente la atmósfera amazónica nos envuelve: calor húmedo, gritos y graznidos de aves varias, algún mono gritando a lo lejos, exuberantes plantas tropicales… Indescriptible la sensación. En ese momento pensamos que de cualquier parte puede salir una anaconda o un caimán, pero no; no es tan fácil.

De vez en cuando el motor se atasca con la densa vegetación que flota en el agua, pero el conductor se las sabe todas y debe estar acostumbrado. Embelesados con todo lo que vemos y oímos, acabamos llegando al Muyuna Lodge.
El complejo es una pasada: consiste en una veintena de cabañas de madera (con baño propio y mosquiteras) y un comedor-cocina-bar en el que todos comemos juntos. No esperes ir a un hotel de 5 estrellas porque estás en medio de la selva: no hay WiFi, abundan la humedad y los bichos, la electricidad de cada cabaña es limitada y no se recarga hasta que no da el sol, y cuando cae una tormenta parece que te has bañado en la piscina. Pero oye, todo es parte de la experiencia amazónica.

Nada más llegar nos dan la bienvenida con un zumo de carambola (una de tantas frutas amazónicas) y nos organizan en grupos. Nuestros compañeros son los cuatro extremeños; nos da un poco de pena no ir con la familia alemano-peruana, pero al final coincides con todo el mundo en las instalaciones (literalmente gente de todo el mundo: Irán, EEUU, Alemania, españoles que cundimos bastante… es de las cosas que más me gustan de viajar). Los «veteranos» que llevan allí varios días están encantados y nadie quiere irse.

Y nuestro guía asignado es Edgar, quien nos explica todas las excursiones que tenemos programadas: caminatas por la selva, salidas en barca, nadar con delfines… Todo suena maravilloso. No nos habíamos dado cuenta del hambre que teníamos, pero de repente se hace una fila frente a una mesa con múltiples fuentes de comida, y huele que alimenta: causa limeña (otra Maravilla del Mundo), verduras, arroz, chancho estofado, arroz con leche…

Muyuna Lodge (Amazonas): Es tipo buffet libre, pero no vas a tener problemas. Dudo que tengan cocina aparte, como ya explicamos en el apartado «PERÚ SIN GLUTEN», pero el personal de cocina estaba muy pendiente de explicarme qué llevaba cada plato a todas horas. Por las mañanas desayunábamos tortillas «de cosas» y fruta; mientras que en las comidas y cenas abundaban el maíz, papa, arroz, verduras, carne, pescado, fruta… Únicamente me quedé sin probar algún estofado tipo «ají de gallina» y muchos postres dulces. Además apuestan por el consumo de productos locales y de temporada, y eso está genial.
Las comidas en el Muyuna consisten en servirte lo que quieras y hay mucho donde elegir, así que no te vas a quedar con hambre. Se desayuna sobre las 6 de la mañana, se come sobre las 12 y se cena sobre las 19 horas. Hay disponibilidad de frutas, café y agua potable a cualquier hora; y para cualquier otra cosa está el bar (eso sí, se paga en efectivo). Si te has olvidado algo en tu maleta (sombrero, poncho, etc.) también tienen para venta.

Después de comer nos relajamos un poco en las hamacas de la pequeña terraza de nuestra cabaña. Si este rinconcito no es el cielo, yo no sé qué será.
Luchando contra la modorra de la mini-siesta nos preparamos en plan exploradores: sombrero ancho, ropa larga de colores claros, poncho (cuya capacidad de combatir una tormenta amazónica es nula, está comprobado), antimosquitos, botas hasta las rodillas… Y si tenéis prismáticos, mejor que mejor.

A las 15 horas nos reunimos con Edgar a la entrada del lodge antes de subirnos a una barca con la que nos acercamos hasta tocar tierra firme. El paseo es breve y Edgar se cachondea de su grupo (nosotros dos y los de Badajoz) por nuestra lucha encarnizada para hacer pasar la barca entre las ramas y bloques de tierra bajo el agua. Al final tenemos que bajarnos y empujarla a mano para encallarla. Y ahora sí que sí, ¡caminata por la selva!

Para los amantes de la naturaleza, esta experiencia es espectacular. Puedes pasar del silencio más absoluto, con el único sonido de tus pisadas sobre el suelo húmedo y la hojarasca, a escuchar múltiples sonidos de aves tropicales y monos cuando alzan el vuelo o saltan de rama en rama. De vez en cuando Edgar se paraba y decía cosas como: «¡Ssshh, silencio! ¿Escucharon? Es una familia de nutrias». Y nosotros en plan: «Pos vale, no vemos ni oímos nada pero te creemos».

Mientras caminamos Edgar nos explica curiosidades biológicas de todo lo que vemos. Todavía no lo sabíamos, pero nos tocó un guía de 10: como buen nativo del Amazonas, Edgar tenía una habilidad innata (y admirable) para ver y escuchar fauna increíblemente bien camuflada (sin él no hubiéramos visto ni una quinta parte), se adaptaba constantemente a nuestros gustos, y su afán por salvar a una cría de mono asustada en una rama, trepando por una palmera en medio de una ciénaga amazónica, se nos ganó.

Entre la vegetación más representativa de la Amazonia peruana encontramos palmeras del aguaje, que puede medir hasta 35 metros de altura. Su fruto es rico en fitoestrógenos (progestágenos, hormonas femeninas) y por ello las comunidades indígenas dicen que sus mujeres son muy femeninas y exuberantes. Edgar nos cuenta que en las palmeras del aguaje se suele encontrar suri, una larva comestible que no tuvimos ocasión de catar.
En esta primera excursión Edgar se centró más en la fauna, pero en futuras entradas hablaremos de los usos que las comunidades amazónicas dan a muchas de las plantas nativas; los indígenas son firmes defensores de los extractos de las plantas como sustitutos de los fármacos químicos.

Se dice que el Amazonas es la selva tropical de mayor extensión del mundo, y es que su cobertura vegetal es gigantesca, permitiendo absorber grandes cantidades de CO2 atmosférico gracias a la fotosíntesis; de ahí su importancia para combatir el cambio climático. Por todas partes te rodean mil tonos de verde procedentes de plantas tropicales y árboles colosales que, cuanto más te adentras en la selva, menos cielo abierto dejan ver. Como para ir yo solo con mi sentido de la orientación, que me pierdo hasta en Zaragoza.

Las hormigas cortahojas forman complejas sociedades que se pegan trabajando día y noche para recolectar hojas; estas se almacenan en cámaras donde dejan que se pudran y es entonces cuando crece el hongo que les sirve de alimento.

Cada miembro del hormiguero tiene un rol: cortadoras, excavadoras, soldados, limpiadoras, cuidadoras de las larvas… y se comunican entre ellas mediante señales bioquímicas (feromonas) sin necesidad de tocarse. También está la reina, de color blanco, que es la única que pone huevos y mide un palmo (según Edgar).

Cuando una rama se mueve sutilmente por encima de nuestras cabezas, Edgar no tarda ni un segundo en localizar nuestros primeros monos amazónicos, muy bien camuflados por cierto.

Se trata de unos titís pigmeos, también conocidos como «leoncitos» o «monos de bolsillo» porque son la especie de primate de menor tamaño que se conoce; siendo más pequeños que la mano de un humano adulto (sin contar la cola). A diferencia de otras especies que veríamos en los días posteriores, estos monos son sedentarios, es decir, tienen su territorio fijo y no se desplazan.

Estos monos se alimentan principalmente de la savia de los árboles; por ello tienen afiladas garras para agarrarse a la corteza de los troncos y saltar entre ramas y lianas. De forma secundaria ingieren insectos, frutos, etc. Viven en colonias de unos 15 individuos y son monógamos.

Edgar está en su salsa y es impresionante ver cómo se mueve por la jungla y cómo diferencia las aves por sus graznidos y chillidos. Nos habla de otra especie de hormiga amazónica, las hormigas de fuego o «isula»; las cuales cuando se sienten amenazadas lanzan un chorro de ácido fórmico que provoca una reacción dolorosa cuya duración aproximada es de 4 horas. Buena forma de disuadir a los depredadores.

Edgar también nos explica que el caucho se obtiene en la selva profunda; y por ello se explota en la época seca que es cuando el agua está más baja, ya que hay que caminar varios días jungla adentro.

Encontramos múltiples nidos de termitas, algunos de los cuales tienen un tamaño descomunal. Es interesante que algunas aves tropicales, como los loros y los periquitos, las usan como vivienda. ¿Por qué?
La mayoría de aves poseen una glándula uropigial en la base de su cola, y esta segrega un aceite que les permite protegerse de bacterias e insectos que atacan las plumas. Sin embargo los loros y periquitos no la poseen; y por ello utilizan nidos de hormigas y termitas, ya que sus excrementos y secreciones químicas actúan como repelente antibacteriano y antiparasitario, que cumple la misma función. La naturaleza es sabia.

Nos encontramos también con gigantescos «árboles caminantes», otra palmera tropical cuyo nombre científico es «Socratea exorrhiza». Se llaman así porque esta palmera genera raíces aéreas que buscan y se anclan a una zona de suelo más nutritiva. No son como los «Ents» del Señor de los Anillos, pero sigue siendo impresionante que un árbol de 20 metros se mueva unos metros cada año.

Esta tarántula nos estaba esperando a unos metros y si no es por Edgar nos la comemos con patatas. Son muy sensibles al ruido, así que para acercarse hay que ser cuidadoso. No te preocupes porque tienen más miedo que tú.

Viven entre las ramas secas y son más bien nocturnas, pero esta se había desvelado. Como dato curioso, viven unos 25 años y no pica; muerde. La hembra tiene el abdomen más ancho (pregunta de examen en el Muyuna) y es caníbal, porque se come al macho tras el coito.

¡Fium, fium, fium! Una mancha súper veloz sobrevuela una charca a varios metros. Otro descubrimiento de Edgar, de verdad que tiene un superpoder para detectar fauna a lo lejos. Este colibrí volaba rápido como el diablo y en tres segundos había polinizado veinte flores. Si queréis ver colibríes más de cerca y sin ir al Amazonas, en el Monasterio de Santa Catalina de Arequipa vimos unos cuantos.

Edgar coge un palo largo y nos dice que tengamos cuidado con las serpientes venenosas, pero que va a intentar encontrar y enseñarnos una (con el palo). Como quien va a comprar el pan. Con sus fosas nasales detectan el calor de su presa y, escondidas entre las ramas, se lanzan a por ella. Nos dejas muy tranquilo Edgar, sabiendo que el centro de salud más cercano es el de Iquitos y que está a tres horas de lancha y coche.

Nos dice que solo tenemos que tener cuidado de dónde pisamos, porque es pisándolas cuando muerden a humanos. También dice que se pueden oler; esta gente tiene los sentidos increíblemente desarrollados (y yo, miope y alérgico, todo lo contrario).
Durante un momento se detiene: «¿No lo oléis? ¡Por aquí ha pasado hace poco una serpiente!». Yo ya no sé si es autosugestión pero nos parece percibir ese aroma a «humedad rancia» que nos describe el guía. Bueno, el resumen es que no encontramos ninguna, y para qué mentir; nos hubiera gustado.

Y de repente, empieza a llover. Pero no cuatro gotas, no: cae una lluvia torrencial tropical que a los dos segundos ha empapado todas nuestras capas y mochilas (doy gracias a mi yo del pasado por haber envuelto la funda de la cámara en una bolsa de plástico). Y es que el Amazonas es así: de cero a cien en un momento. Spoiler: nuestra ropa no se secaría hasta 3 días después, porque claro, el ambiente húmedo tampoco es propicio para ello.
Mientras volvemos al punto de inicio, en algunas zonas el agua nos cubre hasta las rodillas y Edgar nos recomienda que tengamos cuidado con las anguilas eléctricas, porque aprovechan para meterse selva adentro cuando sube el nivel del agua y su descarga eléctrica es de las más poderosas del reino animal (en otras palabras, es mortal). Edgar dice que a veces reconoce su presencia cuando observa quemaduras en troncos de árboles. Sus recomendaciones sobre los animales mortales del Amazonas deberían generarnos miedo pero a mí me causan más bien emoción. ¡Soy Indiana Jones!
Después de unas tres horas regresamos a la barca (menos mal que se orienta Edgar, porque nosotros no sabemos dónde estamos), nos damos una ducha en las cabañas (probablemente la ducha más placentera de la historia) y vamos al comedor a cenar.

La cena consiste en plátano frito, arroz, ensalada de cebolla y tamal de pez gato. El tamal consiste en arroz y pollo envuelto en una hoja del Amazonas, y el pez gato es un pez amazónico enorme de largos bigotes con los que detecta el alimento entre el fango del fondo de los ríos. El pez gato debe ser familia de los siluros introducidos en el Ebro zaragozano.
Si a las 19 horas estábamos cenando, a las 19:45 ya estamos dando una excursión nocturna en un bote para avistar animales. ¡Esto no para! Esta vez nos han juntado a dos grupos en una barca motorizada, con Edgar y otro guía muy salao. De nuevo alucino con su capacidad de detectar fauna: con una linterna encuentran animales camuflados que los turistas tardamos minutos en detectar (aún señalándonos el sitio exacto con la linterna).

Lo primero que vemos es un «ayaymama» (nombre formal: «nictibio urutaú») semidormido en una rama. Este ave, que se parece al chotacabras europeo, se llama así por su canto, el cual se asocia a una leyenda peruana.
En una tribu del Amazonas, una enfermedad infecciosa estaba matando a casi todos sus habitantes. Una madre decidió llevar a sus dos hijos a una zona de la selva, con un río de aguas claras y árboles frutales, para evitar que murieran por la epidemia; pero ella, que ya empezaba con síntomas, regresó a la aldea. Después de un tiempo, los hijos, intentando volver con su madre, se perdieron en la densa jungla. Un espíritu se apiadó de ellos y los convirtió en pájaros para que pudieran volar a la aldea. Sin embargo, cuando llegaron, todos los habitantes habían fallecido, y los lamentos de los pájaros se escucharon por todo el Amazonas, sonando como «¡Ay mamá!».

Entre las ramas y la vegetación acuática avistamos también una garza nocturna (nombre local «huapapa»), una lechuza común, murciélagos, ranas diminutas, gusanos que brillan, luciérnagas y «tuqui-tuquis», unas aves de las que hablaré en el futuro porque cunden mucho.
Los guías van buscando con las linternas por todas partes y, en un momento dado, uno le hace un gesto al conductor. La barca sale lanzada hacia una zona de plantas flotantes, el guía se inclina hacia el agua, se incorpora, y nos quedamos alucinados: tiene un caimán entre las manos.

El guía había visto dos ojos brillantes semi-sumergidos en el agua, y allá que fue. Al igual que pasa con los gatos y con otros depredadores nocturnos, sus ojos brillan al ser enfocados con una linterna gracias al tapetum lucidum, un tejido en su córnea que actúa como espejo y les permite amplificar la luz que reciben, mejorando su visión en condiciones de baja luminosidad.
La cría tendrá unos dos años, pero nos explican que los caimanes pueden vivir hasta 35 años y medir entre cuatro y seis metros, alcanzando los 400 kg. En época seca se concentran en los ríos, pero en época húmeda se adentran en zonas inundadas de la selva (de hecho nuestros vecinos de cabaña nos dijeron que desde su terraza veían ojos brillantes en el agua por la noche).

Como está en la cúspide de la cadena alimentaria, come todo lo que se le acerque: nutrias, capibaras, peces, otros caimanes, animales domésticos… Mientras que las crías comen peces pequeños, tortugas, moluscos… Suelen permanecer semi-sumergidos, de forma que parecen troncos flotando, y cuando su presa se acerca a beber agua… ¡ZAS! Por cierto, los caimanes no respiran bajo el agua pero pueden aguantar mucho tiempo ya que poseen grandes pulmones y su metabolismo se ralentiza.
Por poner un pero, tengo entendido que no se debe tocar ningún reptil sin guantes de látex dado que podemos actuar como vectores de enfermedades. Juraría que es un caimán de anteojos (hay varias especies, pero el de anteojos y el caimán negro son los más habituales). Su piel y su carne son codiciadas por los cazadores furtivos, que las venden en redes de tráfico ilegal. ¿En serio alguien necesita un abrigo de piel de caimán? En fin.

A las 22 horas estamos de vuelta en la cabaña. Suenan los grillos, el croar de las ranas y algún graznido lejano. Estamos aislados, sin Internet, pero la sensación es indescriptible. Y es que Muyuna en lengua quechua significa «remolino», porque es un lugar que te atrapa y nunca quieres irte.
Resumen del primer día: INCREÍBLE.
Más temprano incluso que los abueletes de España, ya estamos roncando. ¡Buenas noches! (en quechua: «Allin tuta!»)
***
>> AMAZONAS – Parte II. Rodeados de delfines, pirañas, monos y ranas gigantes.