CAMINO DE SANTIAGO · Día 6 de 10
Etapa 5: De Sarria a Portomarín (22,4 km)
[24 Noviembre 2021]
El día de hoy toca una etapa más corta y facilona, con desniveles suaves y orografía poco complicada, en la que superaremos el ecuador de nuestro Camino. Prometo muchas fotos y poca chapa.
Nos despertamos, hacemos la rutina del peregrino (aseado, vaselina en los pies, antiinflamatorio en las rodillas lesionadas, sábanas usadas en un cubo del albergue, mochilones a la espalda) y desayunamos un café con magdalenas en el Restaurante Descanso, donde nos pusimos las botas en la jornada anterior.

Acto seguido recorremos la RÚA MAIOR DE SARRIA de nuevo cuesta arriba, atravesando el casco histórico hasta llegar a la antigua prisión y el mirador panorámico (ver entrada anterior), desde donde continúa nuestro Camino. Allí es donde me doy cuenta de que me he dejado el bastón en el albergue, el mismo bastón que me estaba haciendo un papel vital para no sobrecargar mi rodilla de cojo. ¡NO, NO, NOOO, SANTIAGO POR QUÉ ME HACES ESTO!
Llamamos a la casera y ella no puede acercarse a abrirme la puerta del albergue (que por otra parte está en la otra punta de Sarria), por lo que me ofrece entregar el bastón al servicio porta-mochilas, que te lleva el equipaje de una etapa a otra (5€ por etapa).
«¿No te saldría mejor comprarte otro?», me dice la señora. Pero no: es un bastón de trekking bueno, fue un regalo de mis padres y le tengo mucho cariño. Como al parecer no se puede avisar al transportista con tan poca antelación, acordamos que me lo enviará dos etapas más adelante, a Palas de Rei.

Total, que continuamos nuestra ruta dejando atrás Sarria y mi preciado bastón. Influencer a la Fuga, cuyas rodillas benidormenses están impecables, me deja el suyo.
Atravesamos el Convento de la Magdalena, junto a una marabunta de padres y niños que entran al cole. Después cruzamos el río Pequeño (afluente del Sarria) por un puente medieval (Ponte da Áspera) y caminamos junto a unas vías de tren para meternos de lleno en el repecho más duro de la etapa rodeados por gigantescos robles y castaños.


Atravesamos pequeños núcleos de población como As Paredes (km 2,9), Vilei (km 3,7) y Barbadelo (km 4,5). A nuestro alrededor se van desplegando extensos prados, huertas y múltiples carteles que anuncian sitios para desayunar, pero ninguno abierto.

Pasado Barbadelo nos desviamos a un pequeño local de carretera donde claramente molestamos a su propietaria, una señora de edad avanzada que se estaba tomando un café con sobaos pasiegos. Le preguntamos qué podemos desayunar y nos señala los estantes con desgana y sin mediar palabra. «Lo sentimos señora, pero es que es el único sitio que hemos encontrado abierto y nos morimos de hambre».
Nos tomamos unos cafés de máquina, los no-celíacos se pillan magdalenas y yo me como un plátano y jamón con pan de mi mochila, cuya estructura empieza a ser difícil de reconocer.

No nos demoramos mucho y continuamos. Si bien es cierto que estos paisajes no están a la altura del puerto de montaña de los primeros días, la fauna local (perros, caballos, burros, vacas, pavos, cerdos, ovejas) nos entretiene mientras atravesamos bosquecillos, arroyos, veredas y granjas.


Hacemos amistad con un burro muy sociable que nos sigue por la valla pidiendo que nos dejemos olisquear, pero poco después nos espanta su compañero de campo, que nos lanza estridentes rebuznos hasta que nos alejamos. No queríamos asustarte, amigo.




Vamos alternando corredores arbolados y tramos asfaltados (evidentemente más aburridos), dejando atrás pequeñas aldeas rurales: Peruscallo (km 9,2), Brea (km 11,5) y Ferreiros (km 13,1), entre otras que no recuerdo.


De momento no llueve (no nos podemos creer que estemos teniendo tanta suerte en noviembre) pero hay mucha humedad y las nubes del cielo nos recuerdan que esto es Galicia y que no nos confiemos.


Es una gozada ver a los animales pastando en terreno. Nada que ver con las macrogranjas de producción intensiva que estamos acostumbrados a ver.



Son las 13 horas y las tripas nos piden nutrientes. Si fuéramos buenos peregrinos pararíamos a comer, pero como somos un poco domingueros almorzamos a la hora de comer, y comemos a la hora de la siesta.

Tomamos un café con pintxo de tortilla en Casa Cruceiro, pasado el ya mencionado pueblo Ferreiros. La chica del bar es muy amable pero es de todo menos barato. Cuando le decimos que nos está costando encontrar sitios abiertos, nos explica que de noviembre a Semana Santa los albergues y bares cierran ya que no hay apenas peregrinos.

Nos despedimos tras una visita al baño y el sello de rigor en la credencial. Retomamos la ruta y no tardamos en llegar al famoso mojón del kilómetro 100, que es posiblemente el más feo que hayamos visto al estar plagado de pintadas. Aún así nos hacemos foto porque la parada es icónica: ¡ya solo quedan 100 kilómetros hasta Santiago!


En el mismo mojón conocemos a Domingo, un gaditano valiente que lleva a sus espaldas nada más y nada menos que ¡1.400 kilómetros caminando! No nos quedó claro lo que hizo en un principio pero luego enlazó con Roncesvalles y ya siguió el Camino Francés hacia Santiago (el Camino Francés desde Roncesvalles ya suponen 700 km). Y nosotros que estamos tan felices con nuestros 108 kilómetros recorridos…

Continuamos atravesando senderos al abrigo de robles, castaños y manzanos. Cruzamos aldeas, campos de cultivo, praderas con vacas pastando y los icónicos hórreos que ya vienen siendo frecuentes desde que entramos en Galicia. Por el bosque nos reencontramos con otro peregrino que vemos prácticamente todos los días; ya nos tratamos como vecinos de toda la vida.


Poco después vemos pastando unas cuantas vacas cachenas, raza autóctona gallega en peligro de extinción. Estas vacas de imponentes cuernos se utilizaban antiguamente para todo: producción de carne, de leche y trabajos físicos como tirar del arado. En la actualidad está especializada en la industria cárnica.

Los hórreos son construcciones elevadas a modo de graneros para mantener las cosechas a salvo de roedores y de la humedad, con ranuras para favorecer la ventilación. En España son especialmente habituales en Galicia y en Asturias.

Vamos dejando atrás Mercadoiro (km 16,8), A Parrocha (km 18,7) o Vilachá (km 20), entre otras pequeñas localidades. Aunque la etapa de hoy es suave y ya ni notamos la mochila (es cierto que el estoicismo del peregrino aumenta con los días), estamos deseando llegar para llenar los buches y descansar. Llovizna suavemente y unos nubarrones grises nos van pisando los talones.


A partir de Vilachá comienza un brusco descenso entre bosques, caminos pedregosos y asfalto que nos obliga a forzar considerablemente nuestras rodillas lesionadas. Durante las últimas rampas asfaltadas, sinuosas y de pendiente marcada, nos vemos obligados a caminar marcha atrás en plan cangrejo para aliviar nuestras articulaciones, y así es como conocemos a una familia multicultural con la que intercambiamos consejos sobre lesiones de rodillas.
«En camino largo, corto el paso», nos viene a decir en inglés un señor de Arizona muy jovial y hablador. Está casado con una mexicana y nos cuenta que solo sabe decir en español «te amo, mi amor», pero que en la boda se quedó en blanco y no lo supo decir. Nos presenta a su sobrino mexicano y a una húngara que vive en Italia. Así el último tramo se nos hace bastante ameno entre risas y practicando con el inglés.

Antes de llegar a Portomarín hay un desvío: uno más sinuoso y con pendientes, que queda a la izquierda; y otro más directo y suave, que queda a la derecha. Evidentemente nos lanzamos de cabeza al segundo.
PORTOMARÍN nos da la bienvenida mientras atravesamos en fila india el largo Puente Nuevo de Portomarín, que permite el paso sobre el río Miño, el más largo y caudaloso de Galicia. Pero el principal afluente del Miño es el río Sil; no olvidemos lo que nos enseñó Fran en Ponferrada: «El Sil lleva el agua y el Miño la fama». Que por cierto, el río Sil es el que configura los impresionantes paisajes de la Ribeira Sacra en Lugo y Orense (¡Viaje pendiente!).

El puente largo que cruza el Miño no es que sea especialmente bonito, pero sí lo es la ESCALINATA DE PIEDRA que hay después y que nos conduce a la CAPELA DAS NEVES (Capilla de las Nieves), la entrada oficial a Portomarín. La verdad, no he visto otra puerta a una localidad tan digna como esta. Dicen que si te paras a mitad de la escalinata tendrás mala suerte en el amor.

Tanto el puente medieval como la capilla fueron reubicados tras la creación del Embalse de Belesar en 1965. Ya sabemos que Francisco Franco, aparte de ser un dictador y esas cosas, era fan de los embalses y los pantanos. Así pues, el Embalse de Belesar supuso la inundación del Portomarín Viejo, que quedó sumergido bajo las aguas del río Miño, obligando a los portomarinenses a mudarse a mayor altitud.

No tardamos en llegar a nuestro albergue, Casona da Ponte, a cuya entrada nos quedamos maravillados por las vistas que nos conceden las rías. Este albergue es el primero que se ajusta a lo que imaginaba que sería la vida del peregrino: un montón de literas rodeadas de multitud de mochilas, bastones, botas mojadas y toallas secándose por los rincones. Un señor inglés ya está durmiendo (son las 4 de la tarde) y no se movería hasta el día siguiente.
- Casona da Ponte (Portomarín): 12€/persona. Buena ubicación. Habitación con muchas literas y taquillas individuales. Los baños son amplios y cuenta con una sala común bastante grande. Todo está bastante nuevo. Hay varias lavadoras (3€) y secadoras (4€).
Comemos en el restaurante del hotel de enfrente, el Pons Minea. Hay «Menú del Peregrino» por 12€. Las camareras se llevan un 20 sobre 10 en amabilidad (hay personas expertas en hacerte sentir como en tu propia casa) y la comida riquísima: una crema de zanahoria (donde echo pan sin gluten), salmón con patatas y queso de postre.



Restaurante Pons Minea (Portomarín): Menú del Peregrino por 12€. Tienen cerveza y pan sin gluten, y están muy bien informadas. Nos pareció muy bueno en relación calidad/precio.
Estaba lloviendo cuando entramos a comer, pero después del café el sol portomarinense está brillando por todo lo alto. Así que felices, contentos y livianos como una hoja de papel (así te sientes cuando te liberas del peso de la mochila), salimos a turistear por la localidad.

En el mapa de los puntos de interés conocemos a un marsellés majísimo con boina con el que apenas nos entendemos, pero sería uno de los peregrinos recurrentes que nos encontraríamos en las etapas posteriores.

La aldea de Portomarín parece muy grande pero apenas cuenta con 500 residentes. Nos dejamos perder por el lugar y encontramos un mirador con vistas espectaculares al río Miño, bajo el cual se esconde la vieja villa medieval inundada.
Cuando el agua está excepcionalmente baja, como ocurrió durante una sequía en el año 2017, pueden observarse vestigios de los dos primitivos barrios que constituían el núcleo de Portomarín Viejo, a ambas orillas del río.

Pasamos un rato en el parque de niños que hay junto al mirador y después nos dirigimos a la plaza principal (Plaza Conde Fenosa), el centro neurálgico de la localidad. En ella se levanta imponente la IGLESIA DE SAN NICOLÁS, que fue reconstruida entre 1962 y 1963 al quedar la antigua totalmente anegada por el embalse.

En dicha plaza conocemos a un grupo de cinco señoras andaluzas y latinoamericanas que han empezado en Sarria y están emocionadísimas tras haber completado su primera etapa. Entre jolgorio y algarabía nos piden unas fotos y se despiden con muchos consejos maternos («Cuídense mucho hijitos», «Sobre todo no fuerces las rodillas»). Ellas también se convertirían en habituales durante los próximos días.

La Plaza Mayor alberga también una Estatua al Peregrino y, en el jardín adosado a la Iglesia, la estatua de Domingo de la Fuente Cela, un párroco de la Iglesia que presenció el traslado de la misma cuando se construyó el embalse.

Paseamos un poco más optimizando los últimos rayos de sol y aprovechamos para comprar cena en el supermercado (embutido, queso, pan sin gluten, yogures, fruta…). Nos duchamos, jugamos a la escoba en la sala común mientras ponemos secadoras (siempre teníamos que poner dos seguidas para que se nos secara la ropa), cenamos… ¡Y a dormir!
P.D.: Compartir habitación con 15 personas se notó esta noche, porque entre ronquidos, luces y ruidos dormimos un poco mal. Pero no pasa nada, tenemos techo y el refranero del peregrino ya dice que «El turista exige y el peregrino agradece». ¡Buenas noches!
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>> Etapa 6. De PORTOMARÍN a PALAS DE REI. Tierra de reyes y leyendas.